Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


100301
Legislatura: 1893
Sesión: 17 de Abril de 1894
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 102, 1934-1939
Tema: Acontecimientos ocurridos Duránte el último interregno parlamentario

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Es verdaderamente difícil, Sres. Senadores, la situación que me ha creado el Sr. Conde de Esteban Collantes porque S. S. anunció una interpelación sobre la crisis y sobre las palabras que yo, al explicar la crisis, tuve el honor de pronunciar ante el Senado.

Recordará S. S. que yo le contesté diciendo que aceptaba la interpelación cuando otra igual, anunciada en el Congreso, hubiera terminado, y todavía, por deferencia al Sr. Conde de Esteban Collantes, aun sin estar terminada aquella interpelación sobre la crisis he venido a contestar a S. S.

Pues bien, es que el Sr. Conde de Esteban Collantes no ha explanado la interpelación sobre la crisis, lo que ha hecho ha sido explanar varias interpelaciones que tengo anunciadas en el otro Cuerpo Colegislador y he aceptado.

¿Y qué voy a hacer yo ahora? Por ejemplo, sobre Melilla hay una interpelación anunciada en la otra Cámara y aceptada por el Gobierno en la cual van a tomar parte las personas más importantes del partido conservador.

Tenía yo derecho para no aceptar aquí la interpelación de Melilla hasta que hubiera acabado en la otra Cámara, ¿por qué no me lo ha anunciado S. S.?

Ya se ve; esto puede ser una estrategia política. Está bien, si como estrategia política S. S. ha querido quitar la primacía, la prioridad en tratar de estos asuntos a los que antes que S. S. los tenían anunciados en el Congreso, lo acepto, y únicamente lo siento por los amigos y correligionarios de S. S.

Además, resultando cargos graves al Gobierno y cargos graves al General en jefe que el Gobierno mandó allí, ha podido S. S. esperar a que estuviese presente el señor general Martínez Campos. (El señor Conde de Esteban Collantes: ¿Cuándo he dicho yo eso? ¿O cree S. S. que es un cargo el decir que no pensaba ocuparme para nada de esa cuestión?

Se ha ocupado S. S. haciendo cargos y haciéndose cargo de las disposiciones de aquel ilustre general (El Sr. Conde de Esteban Collantes: Ni uno. De aquel desdichado Gobierno, no de aquel ilustre general.) Ya lo veremos. Pero, en fin, de cualquier modo, el Gobierno se encuentra en una situación difícil. Y todavía la hace más difícil el observar que aquí no sirve nada de lección.

Un Sr. Senador se levanta, pronuncia las palabras más gruesas contra el Gobierno, contra los Ministros y nada; lo hace en uso de un derecho, claro está, yo no se lo he de negar, pero es necesario también que los Sres. Senadores tengan cierta calma cuando los Ministros emplean para defenderse ciertos argumentos y hacen uso de ciertas palabras. Seguramente no ha estado S. S. blando en la elección de las palabras que ha empleado contra el Gobierno de S. M. y contra algunos de sus Ministros porque no sé yo que S. S. ni ningún Sr. Senador, pueda tener derecho a decir lo que ha manifestado del señor Ministro de Estado. (El Sr. Conde de Esteban Collantes: Pido la palabra.) Sobre eso no quiero entrar a discutir. (El Sr. Conde de Esteban Collantes: Pues yo sí porque me he guardado bien de hacer todas las reservas necesarias (El Sr. Ministro de Gracia y Justicia pronuncia palabras que no se oyen) y veo que, afortunadamente, le dicen ahora a S. S. que yo no he podido manifestar nada de eso del Sr. Ministro de Estado y lo demostraré para satisfacción de la Cámara y mía. He de demostrar que no he sido yo, sino el propio Sr. Ministro quien lo ha dicho.) Bueno será que S. S. lo haga porque a mí me ha producido mal efecto y seguramente a todos los Sres. Senadores.

Prescindo de otras frases y palabras de S. S. contra el Gobierno porque no me parece que en ninguna Cámara parlamentaria y mucho menos en el Senado, están bien esas palabras contra aquéllos que ejercen la autoridad y que tienen en sus manos la acción del Gobierno, aquí, que tanto se habla del respeto al principio de autoridad y de otra porción de cosas que se tienen en los labios pero que no se llevan en el corazón.

Empezó S. S. por hacer a su gusto una historia de la crisis. Sobre ella no tengo nada que decir porque en tiempo oportuno di las explicaciones, lo mismo en el Congreso que en el Senado. Pero prescindiendo de esto y de que los Ministros individualmente, como S. S. los ha ido citando, sean o no representación de los Ministros anteriores en los respectivos Ministerios, puedo manifestar a S. S. que no hay nada de lo que ha supuesto respecto a las disidencias que separaban este Gobierno del anterior o de los Ministros, entre si el anterior Gabinete, y así lo dije de una manera terminante: en todas las cuestiones que se habían propuesto en Consejo de Ministros había habido unanimidad de pareceres; en la cuestión de Navarra que S. S. ha citado, en la de las reformas de Ultramar, en la cuestión de los ferrocarriles, en todas las cuestiones, si acaso resultó alguna pequeña diferencia, fue por el modo, por la forma, por el momento oportuno de plantearlas y más que nada en la posibilidad de realizarlas.

Las reformas de Ultramar, presentadas por el Ministerio anterior, dije de una manera terminante que las aceptaba el actual, pero que podría sostenerlas sin un criterio tan absolutamente cerrado que no quepa cierta transacción si se demuestra que es conveniente en una discusión tranquila y razonada, ni sin dejar de aceptar ciertas modificaciones que no destruyan el espíritu de las reformas y contribuyan a los fines esenciales que éstas se proponen. Añadí que lo que por consiguiente importaba, era que en una discusión tranquila y razonada se prescindiera de todo egoísmo local, de todo amor propio personal en la seguridad y confianza de que ni el Ministerio anterior se hubiera opuesto, ni éste se ha de oponer a nada que parezca justo y razonable y especialmente a nada de lo que tienda a establecer la armonía entre los elementos españoles de las islas de Cuba y Puerto Rico que tienen por símbolo común el símbolo sagrado de la Patria, y sobre todo, a nada de lo que pueda contribuir a la paz y pros- [1934] peridad de aquellas provincias españolas, para nosotros tanto más queridas cuanto más lejanas.

Pues bien, creía el Ministro de Ultramar del otro Ministerio, que mientras las reformas estuvieran presentadas en la Mesa del Congreso y sin discutir, continuaría la efervescencia que allí ha surgido entre el elemento español y entendía él que debía discutirse inmediatamente y terminarse todo lo concerniente a esas reformas en esta legislatura.

Otros Ministros consideraban que esto no era posible porque dados los asuntos pendientes y la mucha gravedad de algunos de ellos, no había de haber tiempo bastante para discutir dichas reformas y en esto estribaba la diferencia: él creía que se debían discutir en esta legislatura y los demás Ministros, que eso era imposible por falta material de tiempo porque, obligadas las Cámaras a ocuparse de asuntos de urgente necesidad, era muy difícil sacar tiempo para discutir unas reformas que de cualquier modo habían de dar lugar a grandes debates. ¿Es esto motivo para que pueda el Sr. Conde de Esteban Collantes, ni nadie, deducir una disidencia? Esto en cuanto a la cuestión de Ultramar.

Navarra. Pues ya dije en otro sitio: la cuestión de Navarra no pudo ser cuestión en el Gobierno anterior porque todos estábamos conformes en su solución. El Ministerio anterior, haciendo uso de la autorización que las Cortes le concedieron, llamó a la Diputación de Navarra para convenir en un concierto y aumentar un poco la tributación de aquella provincia, pero dejando intacto el privilegio que tenía consignado en la ley de 1841. El Gobierno, para convenir en ese concierto, llamó a la Diputación provincial de Navarra y ésta no quiso concertar ni siquiera discutir, alegando, con el fin de justificar su conducta, que no tenía para ello ni facultades ni poder, y negándose además a aumentar la tributación establecida por la ley de 1841 que fija de una manera taxativa la contribución que ha de pagar la provincia de Navarra.

En tal estado las cosas, claro está, las necesidades del país, las de Navarra mismo, las aspiraciones del mismo país, aumentan forzosamente, y es evidente que la tributación precisa para cubrir y atender a aquellas necesidades no puede ser invariable, ni mucho menos puede ser eterna, y puesto que la Diputación provincial de Navarra dijo que no tenía facultades para tratar esta cuestión con el Gobierno, creyó éste que era llegado el caso de que lo resolvieran los poderes públicos, una vez que Navarra no quería ya concertar con el Gobierno y en eso estaba perfectamente conforme el mismo Gobierno. Pero creían algunos Ministros, que toda vez que Navarra decía que no tenía facultades para ello, creían, digo, que por sí y ante sí debía imponerse a Navarra la contribución que estimaran conveniente, al igual que a las demás provincias, y consideraban otros que, tratándose de una autorización que las Cortes habían dado al Gobierno, y tratándose de variar una cuota de contribución establecida por una ley especial, era más prudente esperar a que las Cortes acordaran la manera de resolver el conflicto, proponiendo el Gobierno en la Comisión de presupuestos aquellas medidas que estimara más justas en relación con las demás provincias de España.

Pues bien, ¿es este motivo para que se determine una disidencia dentro del Gobierno? Claro está que lo que conviene es, que dentro del Gobierno no haya ni aun esas pequeñas diferencias que pueden existir sin inconveniente ninguno en las colectividades, en los partidos, pero que en el Gobierno retardan su marcha porque producen lentitud en el procedimiento y  vacilaciones en los acuerdos; y por este concepto, por esta razón, se hizo la crisis a que el Sr. Conde de Esteban Collantes se ha referido, crisis que ha dado por resultado el Ministerio que se sienta en este banco.

Como ve el Sr. Conde de Esteban Collantes, no hay nada de cuanto S. S. ha supuesto como razón que haya podido producir la crisis porque estas dos cuestiones, únicas que ha tratado S. S. como elementos de discordia entre los Ministros, no eran realmente elementos de discordia, ni lo son en la actualidad.

Pero el Sr. Conde de Esteban Collantes dice: ?El partido liberal tiene la culpa de lo que pasa porque el partido liberal hizo una oposición tan cruenta al partido conservador que ahora está pagando la expiación.?

Pues bien, Sr. Conde de Esteban Collantes, S. S. ha olvidado lo que pasó mientras el partido liberal ha estado en la oposición. Jamás ha habido una oposición más templada; nunca la oposición hizo entonces nada que no fuera verdaderamente gubernamental y casi no contribuyera a auxiliar a la marcha del Gobierno conservador, hasta el punto, y en esto verá S. S. la sinrazón de ciertas palabras que ha pronunciado y de ciertos ataques que me ha dirigido, hasta el punto de que lo que el partido conservador y su ilustre jefe no podían conseguir, que era evitar la disidencia que asomaba en su partido, el partido liberal lo quiso evitar, de tal modo, que yo me revolví airado contra aquél que por su manera de obrar podía producir aquella disidencia.

No sólo no he procurado yo las disidencias en el partido conservador; no sólo no he llevado yo la cizaña al campo conservador, como lo hacéis vosotros al campo liberal ahora, sino que he procurado lo contrario: evitar toda disidencia, y cuando la he visto asomar, la he condenado con toda energía. Pero cuando el partido conservador, no por la oposición del partido liberal, sino por sus disensiones y por sus desavenencias, se creyó incapaz de gobernar, se marchó, y se marchó a pesar del partido liberal, que no hubiera estado mal que hubiera seguido algún tiempo más, lo cual al partido liberal le hubiera venido muy bien.

Conste, pues, que esa política de cizaña, de introducir desavenencias en el campo adversario, de hacer lo que las comadres chismosas hacen con la casa del vecino, procurando la discordia con cuentos y chismes; ésa no es la política del partido liberal para el partido conservador, sino del partido conservador al partido liberal porque hace mucho tiempo que todos sus discursos se refieren a eso: a buscar discordias y exageraciones entre los individuos que componen el partido liberal, a ensanchar las diferencias que puedan ocurrir, a inventarlas cuando no las hay; en una palabra, a que el Sr. Gamazo riña con el Sr. Sagasta, a que Gamazo y Sagasta riñan con el Sr. Puigcerver, a que éste riña con x, etc., etc. ¡Como si de la división del partido liberal resultara gran beneficio para el partido conservador!

No; la descomposición que intentáis en el partido [1935] liberal, no os hará ni más fuertes ni más aptos para gobernar; lo que haréis será, y no lo conseguiréis, destruir uno de los organismos en que se sustenta la Monarquía, y en eso hacéis mal, porque no es que trabajéis en contra del partido liberal; es que trabajáis en contra de algo que está más alto, de algo que está por encima de todos los partidos, porque, al fin y al cabo, cuanto más fuertes sean las columnas en que la Monarquía se asiente, más inquebrantable será la Monarquía y más inquebrantable y fuerte será el país.

Pero es una manera singular de argumentar la del Sr. Conde de Esteban Collantes. Para demostrar que hemos sido inconsecuentes en el poder y que no hemos cumplido los compromisos que en la oposición contrajimos, saca, no discursos ni programas de ahora, sino discursos de otros tiempos; saca, por ejemplo, unas palabras mías pronunciadas no sé dónde, porque S. S. se conoce que ha andado rebuscando todo o que yo he dicho en todos los periodos de mi historia. (El Sr. Conde de Esteban Collantes: El año 1892, dos meses antes de ocupar el poder dignamente S. S. las citas que yo he hecho en el día de hoy, exceptuando una que no se relaciona con nada de lo que S. S. dice, todas son del año 1892, en vísperas de aceptar S. S. el poder.) Está bien, pero ese programa de que S. S. ha hablado y que ha leído aquí, ¿era para plantearlo enseguida, inmediatamente? Conteste S. S. (El Sr. Conde de Esteban Collantes: Por no interrumpir porque no quiero seguir esa mala costumbre, me dispensará el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que le conteste en la rectificación. Sin embargo, si en algún caso quiere S. S., yo le contestaré.) No, no hace falta porque yo se lo diré a S. S. Claro está que sacándome cosas de hace poco o mucho tiempo, entre las vicisitudes por las que un hombre político pasa, claro está que no puede uno acordarse bien de las circunstancias en que esas palabras se pronunciaron; pero lo que puedo asegurar a S. S. es que en ese mismo discurso dice lo siguiente, poco más o menos: ?que mientras no lleguemos a esto, con el tiempo, empezando por la nivelación del presupuesto y siguiendo mejorando nuestra Hacienda, mientras no lleguemos a esto, el país no estará bien y que esto era como final de la evolución.? Eso tengo la seguridad de haberlo dicho. Por consiguiente, cuando S. S. lea lo dicho por mí, hágame el favor de no leerlo incompleto, porque eso, repito, tengo la seguridad de haberlo dicho y hacia eso se va.

Si mejora la Hacienda, si se nivelan los presupuestos, si cada día se castiga más la administración, mejorándola, yo respondo de que con el tiempo puede llegarse a 700 millones de gastos y a 800 millones de ingresos y con los 100 millones de margen se pueden hacer muchas cosas y salvar la situación del país, poniéndolo en diez años al nivel en que están las naciones más adelantadas en caminos y obras públicas. Éste es el resultado de la evolución económica mía, pero que S. S. me la da como una promesa, como un ofrecimiento, como un programa mío que hubiera de realizarlo al día siguiente de llegar al poder. Yo considero que S. S. lo ha hecho de buena fe, tal vez porque no ha leído bien las palabras que preceden.

Pues bien, eso era como evolución, que de otra manera yo no ofrecía más que ir a la nivelación del presupuesto como se pudiera, haciendo economías, rebajando los gastos, mejorando los ingresos. Pues eso lo hemos hecho; ¿Dónde está la falta? ¿No hemos hecho economías? ¿No hemos hecho grandes y dolorosas economías? ¿No hemos mejorado los ingresos? ¿Por qué no ha de confesar S. S. eso? ¿Es que no hemos mejorado los ingresos, ni hemos hecho las economías tan deprisa como es nuestro deseo, quizás porque circunstancias superiores a nuestra voluntad nos lo han impedido? ¿Pues qué culpa tiene el Gobierno de que, a pesar de esas economías y de esa mejora en los ingresos, aparezca todavía un desnivel grande en los presupuestos? Pues qué, ¿no tiene la Hacienda que sufrir a consecuencia de los descubiertos de presupuestos anteriores? Pues que, ¿no os valíais vosotros de los préstamos del banco para nivelar, y si no para nivelar, para aproximaros a la nivelación del presupuesto? Pues todo eso ha desaparecido y tiene que venir a aparecer ahora en el nuevo presupuesto.

No se puede negar que el partido liberal ha marchado en el sentido que ofreció, que ha emprendido el camino por el que desde la oposición dijo que iba a marchar y por él avanza y seguirá avanzando, cada vez más resuelto a cumplir los compromisos que tiene contraídos en la cuestión económica, como cumplió leal y honradamente aquéllos que contrajo en la cuestión política.

Y vamos a la cuestión política. Dice S. S. que el Gobierno no ha cumplido nada de lo que ofreció. ¿Qué ofreció en la cuestión política? Sinceridad en las elecciones. La ha procurado y practicado en cuanto puede tenerse un país en que las costumbres políticas y electorales no están todavía a la altura que en otros países que en este punto van más adelante que nosotros.

?Que se han descubierto falsedades y arbitrariedades en las elecciones.? ¡Ah! De eso no tiene la culpa el Gobierno; ni éste ni ningún Gobierno puede evitar ciertos abusos. Este Gobierno ha hecho lo posible para evitarlos y después para castigar esos abusos; pero, por lo demás, ya que S. S. ha hablado de la discusión de actas, yo le puedo decir a S. S. que el actual Congreso se ha constituido en menos tiempo que otros Congresos; lo cual quiere decir que no ha habido tantas dificultades como en otros Congresos por la cuestión electoral. Es un verdadero adelanto el que ha habido en las últimas elecciones generales y si los Gobiernos sucesivos marchan por el camino de sinceridad, como marchará este Gobierno si tiene que hacer otras elecciones, yo le aseguro a S. S. que se irá adelantando en ese terreno todo lo que conviene al régimen constitucional y parlamentario, y que por último llegaremos a obtener aquella sinceridad que es tan necesaria en las elecciones hasta el grado posible porque, después de todo, en todas partes resultan abusos electorales; en muchas partes o en algunas, más y mayores que en España; en otras partes menos, pues más afortunados que nosotros, tienen el sistema electoral mejor estudiado y hay mejores costumbres políticas y electorales que en nuestro país, pero no puede S. S. decir con razón que el Gobierno no ha querido cumplir el compromiso que contrajo de llevar la sinceridad electoral a los comicios.

Otro punto que ha tocado S. S. es el relativo a los Congresos con pequeños interregnos parlamentarios. [1936]

No recuerdo haber prometido nada de eso porque no se puede prometer; eso depende de las circunstancias, no de la voluntad de los Gobiernos. Yo no he hecho promesa alguna en ese sentido, pero además, ¿no sabe el Sr. Conde de Esteban Collantes que precisamente a mí se me ha acusado siempre de lo contrario, porque mientras las circunstancias no se han opuesto a ello, no ha habido Gobierno que haya tenido abiertas las Cortes más tiempo que aquéllos que yo he tenido la honra de presidir? ¿No recuerda S. S. que ha habido Parlamentos que han estado abiertos ocho meses y medio del año, y que, lo repito, siempre se me ha combatido por el mucho tiempo que yo tenía abiertas las Cortes? Cuando ahora no se han abierto antes, es porque no han podido o debido abrirse, en opinión del Gobierno, pero bien contra su voluntad. Y, Sres. Senadores, después de todo, para compensar lo que con esto haya podido sufrir la marcha de los negocios públicos, todavía podemos aprovechar el tiempo: hasta el verano nos quedan dos meses y medio, que con lo que resta del actual, hacen tres meses; podemos utilizar el verano si las Cámaras quieren o continuar después en el otoño próximo nuestras tareas parlamentarias Duránte otros dos meses; de suerte que en este año podrán estar reunidas las Cortes cinco meses y el año que viene, todo el tiempo que quieran las oposiciones.

De manera que, primero, no ha podido prometer eso, y segundo, que si lo hubiese prometido, lo ha llegado a cumplir en cuanto las circunstancias han podido permitirlo.

Ha dicho también el Sr. Conde de Esteban Collantes que yo ofrecí hacer una política de atracción y que no he cumplido el compromiso. Nunca ha estado más inoportunamente hecho el cargo, precisamente al día siguiente de haber completado su evolución una gran parte del partido posibilista, no digo que todo el partido, buena hubiera sido; pero, con que venga parte de él me conformo, porque principio quieren las cosas, y los demás que no han venido, vendrán, puesto que lejos de estar más separados que antes, están más cerca, toda vez que dicen se quedan en la misma actitud que el Sr. Castelar, es decir, que se comparan con el Sr. Castelar, y hacen bien, porque en eso no pierden nada, y me parece que el señor Castelar no ha sido nunca contrario al Gobierno, ni se encuentra tan distante del Gobierno como S. S. indicó que se hallan esos señores del posibilismo que no han querido venir todavía a la Monarquía; ellos vendrán. (El Sr. Abarzuza: Pido la palabra.)

En cuanto a los demás republicanos, yo no sé lo que S. S. creerá, pero yo entiendo que si no están más cerca de la Monarquía, están más débiles contra ella que lo han estado jamás y a mí me basta con esto: el que quiera venir conmigo, que venga, lo recibiré y aceptaré con mucho gusto, y el que no quiera venir, que no venga, pero que no esté en actitud de hacer daño a la Monarquía ni a nosotros, y me parece que los partidos republicanos no están ahora en el caso de hacer gran daño a las instituciones que les son contrarias.

De manera que en esto tampoco ha faltado el Gobierno a sus compromisos, puesto que ha hecho todo lo posible por que los partidos extremos no echen de menos nada de aquello que tienen escrito en su bandera, para que sepan y aprendan que la libertad y los derechos están hoy mejor garantidos a la sombra de la Monarquía que pudieran estarlo a la sombra de las instituciones en que ellos sueñan. Con eso basta para que no tengan pretexto absolutamente ninguno de combatir una forma de gobierno dentro de la cual caben todos los derechos y todas las libertades que ellos han proclamado; pues si tal hicieran, España sería el único país del mundo en que los partidos radicales que ven prosperar a la sombra de las instituciones los principios que han defendido toda la vida, ya que no viniesen a la Monarquía, no la respetasen como se la respeta en todas partes. A los unos, con nuestra conducta y por sus convicciones, los hemos atraído, y a los otros, los hemos inutilizado porque les hemos quitado la bandera, porque no tienen más bandera que la de la revolución y destrucción, bandera que es imposible realizar en estos tiempos.

De modo que, como ve S. S., la política de este Gobierno no ha sido una política del fracaso, sino que en los tres puntos que S. S. ha tocado, el Gobierno ha ido despacio porque tenía que vencer muchas dificultades para conseguir su objeto y satisfacer estos compromisos, pero los ha satisfecho en cuanto le ha sido posible, más de lo que podía esperar.

Habló también S. S. de la cuestión de ferrocarriles, suponiendo que el partido liberal hizo tal oposición al conservador, que le imposibilitó marchar. Creo que ha dicho que el partido liberal hizo hasta obstrucción en este asunto. No recuerdo semejante cosa porque mal puede un partido hacer obstrucción a una reforma o pensamiento del partido contrario cuando declara dentro de su seno libre la cuestión, y el partido liberal declaró libre esta cuestión, de manera que, si unos combatían al Gobierno por el proyecto de ley que presentó, otros le apoyaban. ¿Qué obstrucción cabe en esto? No era una cuestión política ni de programa; cada uno veía el asunto de distinta manera: los unos lo creían conveniente para el país; los otros, inconveniente; cada cual obró como juzgó conveniente y con arreglo a su conciencia. ¿Dónde cabe la obstrucción, ni qué oposición hicimos tan temeraria, tan terrible, que produjera obstrucciones?

No es cierto; no hubo semejante cosa; pero después, añadió S. S.: ?y luego ha venido el partido liberal a caer en la solemne contradicción de querer hacer lo mismo que hizo el partido conservador con las compañías de caminos de hierro.? Su señoría está también en eso equivocado. Esta cuestión es de suyo delicada y mucho más por la atmósfera que se ha hecho en la opinión pública.

Pues bien, todo lo que el Gobierno ha hecho en este punto es lo siguiente: las compañías de caminos de hierro acudieron al Ministerio anterior porque éste no se ha ocupado del asunto como habían acudido a otros Ministerios y como acudirán a los que sigan, exponiéndoles su difícil situación y demandando aquel auxilio que los poderes públicos creyeran justo y conveniente para los intereses del país.

El Ministerio anterior no podía menos de preocuparse, como lo habían hecho Ministerios anteriores, y como se preocuparán los Ministerios que le sucedan, como se han preocupado los Ministerios en todas partes, de la suerte de unas compañías con las cuales viene a ser copartícipe hasta cierto punto, porque, al fin y al cabo, esas grandes obras que ex [1937] plotan han de venir a ser propiedad del Estado, cuya ruina además ha de traer una mortal paralización en el comercio y en la vida del país y puede quizá romper, si no el único, el más eficaz lazo de crédito que nos resta con el extranjero, y contestó a las compañías que se pusieran de acuerdo y que propusieran aquellos medios que creyeran absolutamente indispensables para salir de su difícil situación.

Así lo hicieron estas compañías de caminos de hierro, pero como presentaban diversas proposiciones, y no era ni conveniente ni fácil adoptar distintas disposiciones, una para cada compañía, les advirtió el Gobierno que convenía que se pusieran de acuerdo para presentar un solo pensamiento que fuera susceptible de una sola medida general que pudieran después aceptar todas las compañías, y teniendo en cuenta que a las compañías interesa tanto como al Estado (a las primeras, por el mayor tráfico que traería a sus grandes vías; al segundo, por el que acrecentaría el movimiento y la vida del país) el establecimiento de caminos de hierro secundarios y la construcción de caminos vecinales en una zona de 10 a 15 kilómetros a uno y otro lado de las grandes vías de ferrocarriles, les advirtió que convenía que, al proponer los medios que creyesen necesarios para salir de su difícil situación, lo combinaran con este gran pensamiento, cuya pronta realización ansía el país de una manera, Sres. Senadores, tan eficaz y tan urgente y que si se deja a los presupuestos ordinarios y a los recursos del presupuesto ordinario, no verán su realización ni nuestros nietos.

Pues bien, las compañías se pusieron, en efecto, de acuerdo y presentaron sus proposiciones que no satisficieron del todo al Gobierno, pues aunque se comprometían para la construcción de los caminos vecinales en una zona de 10 a 15 kilómetros a uno y otro lado de las vías férreas, no lo hacían así respecto a los ferrocarriles secundarios, que el Gobierno persigue con tanta constancia por lo eficazmente que pueden ayudar, primero en su construcción y después en su uso, a la prosperidad del país y al aumento de su crédito nacional.

En tal estado, sobrevino la crisis. ¿Qué hay aquí que pueda inducir al Sr. Conde de Esteban Collantes a pensar que íbamos a hacer lo que el Gobierno conservador quiso hacer ya y que nosotros le impedimos que hiciera? ¿Qué ha hecho el Gobierno en esto que pensaba hacer el Ministerio anterior? ¿Qué piensa hacer este Ministerio? Yo no lo sé, porque la cuestión está en estudio; lo único que puedo asegurar es, que ni el Ministerio anterior hubiera hecho nada, ni éste hará tampoco nada que no lo demande la justicia y que no sea lo más conveniente a los intereses generales del país.

Pero S. S. ha empleado la última parte de su discurso en el examen de la cuestión de Melilla. En esta cuestión es donde con más facilidad se puede atacar al Gobierno, no porque éste no tenga razón, sino que, por consideraciones que ligan al Gobierno y que pueden no ligar a los Sres. Senadores, tiene que prescindir quizás de sus mejores armas.

Cuestión ha sido ésta de Melilla, que se ha discutido ya donde podía y debía discutirse y que ha dado un resultado muy superior a cuanto podía imaginarse, y el Gobierno cree que para él es asunto delicado volver sobre esta cuestión, sin perjuicio de que contestará, claro está, a todas las observaciones que se le hagan, aun cuando en algún punto prefiera quedar indefenso a usar las armas que pudiera emplear. Pero después de todo y prescindiendo de algunas cosas que yo, por lo menos yo, no quiero tratar aquí, porque en todo caso las tratará el Sr. Ministro de la Guerra, que es a quien más competen y quien puede medir mejor que yo el alcance de las palabras que para defenderse pueda pronunciar o el alcance de aquello que crea conveniente callar, yo le puedo decir a S. S., que en la relación que ha hecho respecto de las deficiencias notadas en la cuestión militar, está completamente equivocado, y le puedo decir también a S. S. que, a pesar de no estar dispuestos, como no lo estábamos para la guerra, que a pesar de las dificultades de una guerra como aquélla, sin base de operaciones, en un país completamente despoblado, en donde había que llevar hasta el agua que tenían que beber nuestros soldados, allí el ejército ha estado dispuesto y atendido como no lo ha estado en ninguna guerra conocida, ni aquí ni en ninguna parte.

Recoged esta afirmación, que hago con toda valentía, para ver si hay alguien que se atreva a recogerla.

Pues si eso pasa en España, donde se creía que no teníamos material de guerra ni ejército; si hemos podido presentar a nuestro ejército como no se ha presentado ejército alguno en ninguna guerra de aquí ni de fuera de aquí, ¿qué derecho hay para combatir al Gobierno por pequeños defectos o deficiencias naturales siempre en asuntos de esta índole? ¡Qué empeño de no querer reconocer lo que hasta los mismos extraños reconocen! Porque eso lo he visto yo. Yo he hablado con extranjeros que así lo han reconocido, que habían estado en Melilla y que por lo visto tienen más patriotismo para nosotros que el Sr. Conde de Esteban Collantes.

Las reservas. Nadie creía que las reservas podían dar en España el resultado que han dado, porque a diez días de llamadas, estaban los reservistas en sus cuerpos, uniformados como los demás soldados, hasta el punto de que estando en Madrid no se ha notado por nadie su presencia, a no ser por lo bien uniformados que estaban. Ese resultado no se consigue mejor en ninguna parte.

Yo he vivido mucho tiempo en Francia; yo he visitado otros países; yo he visto en Francia dos veces la llamada de las reservas y declaro que lo que aquí ocurrió en Getafe, pasó allí en todas partes, y nadie hizo caso de ello, ni habló del asunto ningún periódico, ni mucho menos ningún representante del país, porque todos estimaron que era cuestión de honor nacional el que no se supieran ciertas cosas en el extranjero.

Nosotros hemos reunido en diez días un contingente superior al que había en un doble.

Yo estoy ahora refiriendo hechos; el que haya visto lo contrario, que me desmienta. Yo declaro muy alto, que nadie creía que en España podía hacerse lo que se ha hecho; que a los diez días de llamadas las reservas, los reservistas estuvieran en sus cuerpos, y el ejército se hubiera duplicado con todo lo necesario para pelear. Pues eso, en ninguna parte se hace mejor; y en lugar de aplaudirlo, venís todavía aquí a combatirlo y a sacar defectos donde no los hay, y si los hay, no deberíais decirlo, porque por la naturaleza de estas cosas, se observan mayores en otras partes. [1938]

Por lo demás, ¿qué he de decir yo? El Gobierno, cuando se presentó la cuestión de Melilla, tuvo tres caminos que escoger: o el de la guerra exclusivamente, llevando allí un ejército a combatir a los rifeños, o la diplomacia, o las dos cosas a la vez. El Gobierno creyó que al mismo tiempo que empleaba la acción militar para castigar la ofensa recibida de los rifeños, debía dirigir la acción diplomática, a ver si de ese modo conseguía el desagravio de las ofensas que nos pudieran haber inferido. De haber adoptado sólo el primer procedimiento, es decir, el camino de la guerra, nos hubiéramos empeñado en una lucha difícil, en la cual nuestros soldados y nuestros oficiales, hubieran con su arrojo cosechado muchos laureles; pero lo que es al país no le hubiera reportado más que grandes males. A ella hubiera sido necesario ir, si no hubiera habido otro remedio, porque, ante todo y sobre todo, cueste lo que cueste, hay que salvar el honor de nuestras armas y la dignidad de la Nación; pero debe huirse de ella si por otro camino se puede conseguir la satisfacción a los sentimientos de la Nación.

Se dice fácilmente, la guerra con los rifeños: si no hubiera otro camino, a ella hubiéramos ido porque ante todo, como he dicho, es el honor de las armas y nuestra dignidad nacional; pero no hay que olvidar que se trataba de una guerra sin base de operaciones, en un país completamente desierto, teniendo que llevar hasta el agua de España y sin más objetivo que matar unos cuantos moros como castigo; castigo que después de todo nos hubiera costado muy caro porque claro está que los rifeños no tiran con balas de algodón y hubieran perdido la vida algunos españoles y por muchos rifeños que matáramos, no compensarían seguramente los españoles que dejaran allí su vida.

Pero, además, si no se hubiera adoptado desde luego la negociación diplomática, hubiera sido imposible después tratar con el Sultán y quizás hubiéramos llegado a una guerra con Marruecos, que hubiera traído complicaciones europeas, cuyas consecuencias dejo al Senado apreciar.

Así es que, el Gobierno deseaba, como el que más, el castigo de los rifeños por sus propios soldados, pero al mismo tiempo debía tener la vista fija en Marruecos para evitar una guerra con aquella Nación, y sobre todo, para no hacer imposible con el Sultán un tratado de paz, en el cual, como se ha obtenido, queden salvados todos los derechos, salvado también el honor de nuestras armas e incólume la dignidad de la Nación.

¿Hemos conseguido esto? Pues entonces, todo lo demás, ¿qué nos importa? No nos importa nada, y diré ahora lo que dije en la otra Cámara a los clamores y a las oposiciones injustas que, fijándose en pequeños detalles, se nos hagan sobre este asunto: yo gritaré como grité entonces: ¡viva la paz; bendita sea la paz, que sin menoscabo de nuestro decoro nacional, sin menoscabo de los grandes intereses de la Nación, nos permite recogernos, ocuparnos en nuestros asuntos interiores, reponer nuestra hacienda y nos evita grandes desdichas y grandes calamidades!

Ya sé yo, y en indicaciones que el Sr. Conde de Esteban Collantes hacía muy suavemente, lo ha dejado traslucir, que todo lo malo de Melilla es nuestro; todo lo bueno es del general en jefe, después embajador. Es verdad: el Gobierno, lejos de escatimar la gloria al general en jefe, embajador después cerca del Sultán, se la concede toda entera porque más y mejor que nadie, sabe los sacrificios que ha tenido que hacer aquel ilustre general, teniendo que volver la espalda a la guerra, contrariando así sus aficiones, su historia, su amor por el ejército, su entusiasmo por los laureles militares, para no acordarse ni ver más que el bien de sus conciudadanos. Sacrificio es éste que no apreciará nunca bastante el país, que debe guardar el recuerdo en su corazón, en muestra de gratitud merecida a ese general insigne. (Varios Sres. Senadores: Bien, bien.)

Pero, Sres. Senadores, ya que al Gobierno se niegue toda la gloria en esta negociación, y eso que bien le hubierais exigido la responsabilidad completa del fracaso, por lo menos le vais a conceder una, que es la gloria del acierto y la fortuna en la elección de embajador. (Varios Sres. Senadores: Bien, muy bien.)



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL